Érase una vez, hace mucho mucho tiempo, en un lugar muy lejano, un hombre inmensamente rico. Era tan rico este hombre que llegó a ser uno de los hombres más poderosos de su reino, así que un buen día, y asustado ante el poder que podría llegar a tener este hombre, el gobernador de aquel reino decidió quitarle cuanto había conseguido en la vida. Se lo quitaron todo, pero aquel joven empresario y marqués jerezano, exportador de vino a Inglaterra, hacedor de un emporio empresarial con más 60.000 puestos de trabajo, extravagante amante de una doble de Isabel Preysler en sus parodias televisivas, incluso parlamentario europeo, no se había dado por vencido.
Que José María Ruíz-Mateos es un tipo peculiar no lo puede negar nadie. Ni siquiera los supuestos enemigos (la banca convencional, un Estado temeroso del poder del Opus Dei, los distintos gobiernos socialistas…) que han venido azotándole durante tres décadas. Como tampoco puede negarse su talento y olfato para reflotar firmas (Clesa, Dhul, Garvey…) históricas, principalmente en el sector de la alimentación, adquiridas a bajo coste, que conformaban una colmena, una comunidad empresarial en que unas empresas se ayudaban a otras, con el símbolo de la abeja, representante en todas las fábulas de la laboriosidad.
Al amparo de la recién aprobada entonces ley de sociedades anónimas deportivas (aprobada casualmente por el mismo gobierno socialista que le expropió la vieja Rumasa) Ruíz-Mateos adquirió el control accionarial del Rayo Vallecano, modesto club de fútbol de una ciudad donde también habitan Real y Atlético de Madrid. Durante unos años, el mandato del matrinio Ruíz-Mateos – Rivero llevó incluso al club vallecano a unos cuartos de final de la antigua UEFA, a un noveno puesto en la Primera División y a una temporada de relativa tranquilidad dentro de la élite. Sin embargo, estas historias de salvapatrias metidos a presidentes de fútbol no suelen acabar bien. No lo ha hecho en Sevilla, donde la gente de Heliópolis espera el final del Loperismo, ni a orillas del Manzanares, ni lo ha hecho cada vez que ha aparecido un Piterman de turno dispuesto a colocar al modesto equipo comprado a la altura de los puestos de Champions en un par de temporadas. Casos como los de Lendoiro, Vega-Arango o Fernando Roig son las excepciones a un fenómeno que suele dejar tierra quemada tras su paso.
Los viejos vicios de la antigua Rumasa se han reproducido en la nueva. Las altas rentabilidades (dar duros a cuatro pesetas, hablando en plata) no han podido enmascarar por más tiempo los defectos de una estructura viciada y los pagarés suscritos por los inversores ahora mismo parecen tener poco más valor que el que tenían las estampitas de Tony Leblanc, así que el tinglado se ha desmoronado con la entrada de varias de las sociedades en concurso de acreedores. Hacienda, Seguridad Social, trabajadores a la cola de la ventanilla de pagos. Los futbolistas, también. La semana pasada Movilla, uno de los capitanes del equipo y Teresa Rivero intercambiaban pareceres acerca de la puntualidad en los cobros en un programa nocturno. Ayer, la presidenta soltó la segunda andanada. «Parece que los jugadores no quieren subir». Corren malos tiempos para la abeja.
Había en aquel país también una rana. La rana, símbolo en los cuentos del príncipe escondido bajo una apariencia engañosa. La rana es también el símbolo del Levante, quizá el menos principesco de los equipos de Primera División, aún de los de la parte baja de la clasificación. No lo es en sí misma una institución que durante muchos años representó a la Valencia obrera, portuaria, alejada del oficialismo imperante en el palco de Mestalla. No lo es tampoco en cuanto a su presupuesto, uno de los más exiguos de toda la categoría. No tiene el Levante al millonario indio de turno, ni al cacique local capaz de permitirse fichajes de renombre, ni a ninguna prometedora estrella sub-21. Ni siquiera la nota exótica de contar con algún iraní. Su jugador más identificable es Ballesteros, uno de los bad boys de la Liga. Y sin embargo camina, de la mano de Caicedo, con paso firme hacia la salvación, haciendo una segunda vuelta magnífica y silenciando incluso campos como el Madrigal. Incluso vengó el 8-0 del Bernabeu ganándole al Mou Team el partido de vuelta.
¿Acabarán felices y comiendo perdices los protagonistas de este cuento?